Neptuno contra Plutón. Una polémica en el nacimiento de la geología en el siglo XVIII

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Hutton y Werner con los respectivos dioses romanos Plutón y Neptuno

Neptuno contra Plutón. Una polémica en el nacimiento de la geología en el siglo XVIII 

En plena Ilustración, a finales del siglo XVIII, y con la geología en sus albores como ciencia, se suscitó una controversia, que llegó a alcanzar matices agrios, entre los seguidores de dos escuelas de pensamiento geológico. Por un lado, estaban los llamados neptunistas, cuyo líder era el sajón Abraham Gottlob Werner, llamados así por el dios romano de las aguas y los mares; y por el otro, los plutonistas, liderados por el escocés James Hutton, y denominados así por el dios romano del inframundo subterráneo.

No es extraño que una de estas corrientes surgiese en Gran Bretaña, pues se trataba de la nación económicamente más poderosa, con el dominio casi absoluto de los mares y del comercio y donde se había desarrollado la primera Revolución Industrial. El gobierno apoyaba además estas políticas expansionistas y se afanaba en fomentar la ciencia y la tecnología. En Edimburgo (Escocia), en concreto, había aparecido un núcleo de pensamiento ilustrado (Escuela de la Ilustración Escocesa con Hutcherson, Hume, Adam Smith, James Watt, James Hutton,…) de gran influencia sobre el pensamiento ilustrado, sobre todo en Estados Unidos de la mano de Benjamin Franklin. A Edimburgo se la conocía como la Atenas del Norte

Tampoco es extraño que la otra corriente tuviese como polo a Freiberg, en Sajonia. Sajonia, a finales del XVIII, era una isla industrial muy próspera en el continente. Este estado cuasi-feudal del Sacro Imperio, pero afín a Francia, gozaba de una gran autonomía gracias a sus minas, industria metalúrgica y boyante comercio. En esta tradición minero-metalúrgica se había fundado, en 1765, la Escuela de Minas de Freiberg o Bergakademie, en la que entró como profesor de mineralogía, metalurgia, laboreo y geología Abraham Gottlob Werner, quien la invistió de una gran fama y prestigio en todo el mundo. Caballeros interesados en estas disciplinas acudían a sus clases y en ellas se formaron todas las élites mundiales de las ciencias de la tierra durante generaciones. 

Lo que sí es más extraño es que Francia, la indiscutible potencia política y social, con unas instituciones de lo más avanzado y una ciencia puntera en la época, no estuviese presente como protagonista en esta discusión. Probablemente, la época revolucionaria que vivían en estos tiempos tuviese mucho que ver, pues clases aristócratas y capitales estaban más preocupadas por escapar de la situación que por quedarse. En cualquier caso, geólogos franceses estuvieron indirectamente también involucrados, casi siempre del lado neptunista (D’Aubuisson, Buffon, Cuvier…).

Europa en 1790 según E. Hobsbawm, 1962

Werner (1749-1817) era hijo de un minero de Silesia que se aficiona a la mineralogía desde muy joven. Se forma en Leipzig en leyes y en Freiberg en minería (la mineralogía era una ciencia principal de la minería que también comprendía la geología o geognosia), haciéndose profesor de la Academia de Freiberg y escribiendo, a los 25 años de edad, el más famoso tratado de mineralogía (orictognosia) de la época, que clasificaba a los minerales por sus caracteres externos.  Era un hombre provisto de una gran imaginación, de unas dotes de oratoria excepcionales y de un encanto personal que encandilaba a sus alumnos.

A sus clases acudían todos los hombres de ciencia interesados en la materia de la época que quedaban fascinados con el discurso de Werner, tratando a la mineralogía como ciencia, eminentemente de aplicación práctica, en minería, agricultura, medicina, arquitectura, demografía e incluso en el desarrollo de las civilizaciones, migraciones y tácticas militares. Salían de sus cursos como si les “fuera la vida” el hacerse mineralogistas.

Portada del libro “Clasificación de los minerales según sus caracteres externos” de Werner, Leipzig, 1774

A Werner no le gustaba mucho escribir y sus lecciones son, en su mayor parte, transcripciones de apuntes de sus numerosos alumnos, que se afanaban, al volver a sus países en aplicar las enseñanzas del gran oráculo de la geología con entusiasmo. Como tampoco era un gran viajero ni era aficionado al trabajo de campo, delegó en sus discípulos las tareas de comprobar sus teorías. Por citar algunos alumnos ilustres de Werner, baste nombrar al gran Fausto de Elhúyar, firme admirador; a Andrés Manuel del Río; a Alexander von Humboldt, quizás el naturalista más prestigioso de todo el siglo XVIII; a Friedich Mohs (sí, el de la escala de dureza de los minerales); a Goethe, el famoso poeta romántico; o Christian von Busch.

Pero siendo Werner un gran mineralogista y minero, cuando trató de elaborar teorías geológicas sobre la constitución y el origen del planeta y la corteza terrestre, su desbordante imaginación le llevó a cometer errores interpretativos muy sonados.

Postulaba que la tierra se componía de una parte interna nada conocida y de una parte superficial de grandes desniveles y profundas fosas que habían estado cubiertas en un principio por un océano primigenio que se estaba vaciando. Las diferentes capas de terrenos las interpretó como precipitados de diferentes tipos que se iban depositando según se retiraban las aguas en sucesiones de eventos violentos irregulares y catastróficos. El diluvio universal es uno de esos eventos y la creación, el primero. Del papel fundamental del agua y del océano primigenio, surge el nombre de neptunista, otorgado a esta escuela werneriana. Clasificó los terrenos en primitivos sin fósiles (incluía granitos y otras rocas cristalinas); de transición con algunos fósiles (que hoy denominaríamos como sedimentarios poco metamorfizados de edades primaria y secundaria); de sedimento con fósiles (hoy diríamos secundarios y terciarios poco metamorfizados); de aluvión o no consolidados (cuaternarios) y rocas volcánicas (que consideraba los más modernos ya que no admitía la existencia de volcanes más antiguos).

Las principales objeciones que se le formularon fueron las siguientes:

  • ¿Cómo explicar la inclinación de los estratos y su deformación? Werner lo justificaba diciendo que los precipitados y sedimentos se depositaron originalmente en su forma actual siguiendo relieves y grietas.
  • Si el océano primigenio se estaba vaciando, ¿dónde iba esa agua? Werner, ni corto ni perezoso, respondía que podía bien infiltrarse por grietas profundas o bien podría haber desaparecido por atracción de algún cuerpo extraplanetario.
  • Se conocían campos volcánicos antiguos y según Werner no podían existir. Los basaltos los explicaba como rocas de precipitación química del océano. Solo admitía los volcanes modernos. Las rocas volcánicas emitidas (lavas, cenizas) las consideraba como productos del calor y su fusión consecuencia de la combustión subterránea de capas de carbón.

Hoy nos parecen argumentos dignos de una novela de Julio Verne, pero en su tiempo eran absolutamente respetados y tomados como dogmas de fe por sus discípulos. Fueron estos los que, una vez dispersados por el mundo, comenzaron a darse cuenta de que muchos de los postulados de su admirado profesor no parecían sostenerse lo más mínimo y van abandonando poco a poco sus teorías. Sin embargo, el influjo de Werner siempre estuvo persistiendo en todos ellos, en el modo de analizar e interpretar y en el enfoque práctico sobre todo en mineralogía. Werner nunca entró en polémicas dado su carácter afable e incluso su gran timidez, pero fueron sus discípulos los que propagaron y extinguieron sus enseñanzas. Por eso, aunque dejaran de ser “neptunistas”, nunca dejaron de ser “wernerianos”. 

Grabado que representa a James Hutton como geólogo hacia 1780

Hutton (1726-1797) era hijo de un burgués acomodado de Edimburgo y estudió medicina en París. Cuando vuelve a Edimburgo decide dedicarse a la hacienda familiar y se aficiona a las ciencias, frecuentando círculos masónicos (Werner, por cierto, también fue masón) próximos a la Escuela de la Ilustración Escocesa. Emprende algunos negocios e industrias relacionados con su creciente afición a la mineralogía que le reportan una vida holgada y le permiten total dedicación a su gran afición por la geología. En 1788 escribe su Theory of the Earth que presentará en la Sociedad Real de Edimburgo.

Hutton, al contrario que Werner, era un hombre serio, reflexivo y muy analítico al que le gustaba mucho el trabajo de campo y la observación, y se deleitaba escribiendo, aunque su estilo era tan farragoso que sus notas resultaban verdaderos “ladrillos” ilegibles. Tuvieron que ser amigos geólogos como Playfair o el mismísimo Charles Lyell quienes interpretasen sus escritos para darlos a conocer.

Hutton postuló, en clara contraposición a Werner, que la geología no tenía nada que ver con la creación y que se trataba de una ciencia donde únicamente importaba observar hechos naturales, formular hipótesis sobre esos hechos y buscar pruebas de su cumplimiento, del mismo modo que Newton había hecho en la astronomía. Adelanta que todo lo que observamos actualmente en nuestro planeta es consecuencia de lo que había en el pasado y responde a las mismas causas que podemos observar hoy (actualismo o uniformismo). Identifica los principales mecanismos de la erosión, transporte y sedimentación en la formación de las rocas, donde otorga un papel primordial al calor del interior de la tierra (tanto en la consolidación de rocas adelantándose al concepto de metamorfismo oficializado por Lyell, como en la formación de las rocas ígneas por fusión). De aquí el nombre de plutonista dado a esta escuela de pensamiento.

Plantea por primera vez el problema del tiempo geológico y su incompatibilidad con la Biblia, pues al postular su teoría cíclica y uniformista, en la que no hay un principio ni un final definidos, rompe con las fechas bíblicas de la Creación y el Diluvio, intuyendo millones de años y no solo miles de años, como sostenía Werner (y otros). En su ánimo de probar todo lo que decía, encontró ejemplos evidentes en los montes Grampianos de intrusiones de granito en rocas preexistentes, que atribuyó al estado fundido del granito intruso. Interpretó correctamente discordancias en estratos, explicadas por deformaciones anteriores en paquetes más antiguos y estratos horizontales sin deformar en los más modernos, etc.

 

Punto donde Hutton encontró las muestras de intrusiones de granito. Glen Tilt, Grampianos (Escocia). Imagen: www.scottishgeology.com

Pronto comenzaron las reacciones de los neptunistas ante lo que consideraron un ataque frontal. Kirwan, un geólogo irlandés de bastante prestigio, incluso llegó a acusar de ateísmo a las teorías plutonistas. Se unieron otros neptunistas de todo el mundo a la polémica, como D’Aubuisson, De Luc, Burnet, Wilson, McClure,…y se eleva el tono de los comentarios cargándolos de agresividad y acidez, sin precedentes en las discusiones científicas, tal y como explica Lyell en sus Principios de Geología de 1830.

Aunque Hutton contestó a los ataques con templanza (y seguramente algo de miedo, pues estaba socavando una de las bases del puritanismo religioso), sus partidarios también comenzaron a radicalizarse (Hall, Playfair…) y a contraatacar en una suerte de diatriba entre partidos políticos, en la que los neptunistas se asociaban a los conservadores (tories) y los plutonistas a los liberales (whigs). Poco a poco se fueron imponiendo las tesis plutonistas a pesar de que Hutton muere mucho antes que Werner. Los propios neptunistas abandonan la pelea ante las cada vez más abrumadoras pruebas de sus errores.

Lámina de “Principios de Geología” de Lyell, ilustrando el plutonismo. Foto: WikiCommonos – Charles Lyell / Public domain

Será Charles Lyell, el verdadero padre de la geología moderna, en 1833, el que con su autoridad arbitre un dictamen definitivo. Lyell se despacha bien contra las teorías “esotéricas” del buen Werner, al que admite como méritos sus avances en minería, mineralogía y en la caracterización de los estratos secundarios. Lyell toma partido claramente por Hutton aunque corrige, completa y desarrolla todas sus teorías genéticas y le resta importancia al excesivo hincapié de Hutton en el calor de la tierra como motor de la geología. 

Dibujo de Charles Lyell (1797-1875), padre de la geología moderna

España no fue ajena a esta polémica, aunque fuera de un modo muy limitado por la poca masa crítica que tenía la geología o, mejor dicho, la minería. Sin embargo, sí había un ramillete de instituciones ilustradas como el Seminario de Vergara (con los hermanos Fausto y Juan José Elhúyar); el Gabinete de Historia Natural (con Herrgen y Gimbernat); la Academia de Minas de Almadén (con Andrés M. del Río y los hermanos Larrañaga); y la más importante, el Real Seminario de Minería de México (con Fausto de Elhúyar como presidente y Andrés Manuel del Río como catedrático de mineralogía). Todos estudiaron o siguieron a Werner y todos fueron especialmente mineralogistas y mineros. Elhúyar y Del Río, de los que sabemos algo más, guardaron siempre una gran admiración y respeto por Abraham G. Werner. Fueron abandonando poco a poco las tesis neptunistas, aunque no lo manifestasen claramente en sus escritos, evitando entrar en conflicto con su venerado maestro, pues nunca dejaron de ser werneristas

Hoy en día, muy superada esta polémica, la geología se ha sofisticado mucho aunque se acepta, como punto de partida, la visión de Hutton de que es una ciencia basada en hechos naturales y en su estudio. Se admite el uniformismo apuntado por Hutton y formulado por Lyell, pero se aceptan también algunos sucesos catastróficos puntuales, tal y como postulaba Werner. Hoy, el levantamiento de los terrenos se explica por la tectónica de placas y la deriva continental y se sabe que el calor interno de la tierra es consecuencia de fenómenos radiactivos que se propagan por convección.

Para saber más:

“Principles of Geology”, Charles Lyell, 1830-33

“La Era de las Revoluciones”, Eric Hobsbawm, 1962

Algunos artículos de James Hutton, traducidos al castellano

“Una Historia de la Geología en España”, Manuel Julivert, Universitat de Barcelona, 2014

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